miércoles, 2 de diciembre de 2015

Susana, mi psicóloga, no sólo me sugirió que empezara a escribir un diario: también una cuenta de Facebook. Y lo hice. Siempre me había parecido una boludez el Facebook. Una pérdida de tiempo, una forma de evadirse. Yo siempre dije que no quería perder tiempo, que prefería aprovecharlo para leer o para hacer mis cosas. Pero dados los sucesos recientes, pensé que me convenía un poco de evasión, así que seguí el consejo de Susana. Sin embargo, no sé si voy a encontrar mucha evasión ahí. Por lo poco que vi, se habla de noticias y política y actualidad más ahí adentro que en la vida real. Me enteré de cosas en Facebook de las que no me habría enterado de otra manera. Hablan de personas que parece que son famosas pero que yo no conozco. Es todo muy raro. Y eso que no tengo muchos “amigos” (bueno, amigos sin comillas tampoco tengo demasiados). En Facebook me hice de unos catorce o quince contactos: por ahora está bien. Maxi, mi mejor amigo, se pelea sobre política con otra gente. No me interesa. Encontré a un par de excompañeros de la secundaria, que ponen fotos de sus hijos y de gatitos y cosas así. Vi por ahí también una foto, en blanco y negro, de la puerta de una casa antigua, donde alguien había pegado un cartel que decía: “Por favor, evite las manifestaciones desmesuradas de afecto en la puerta de la pensión”. Muy gracioso. Creo que fue lo mejor que encontré en Facebook por ahora. Lo peor: haber visto fotos de Romina, alias Las Tetas de Don Bosco. Las Extetas, debería llamarse ahora (qué raro queda escrito). No sé qué le habrá pasado, pero se las sacó. Ya no tiene tetas. O sea, tiene una tetitas cualunques, chiquititas, tetas que no valen nada, tetas de mina que se queja por no tener tetas. La conozco porque fuimos compañeros en el call center de una empresa de tarjetas de crédito, de cuyo nombre no quiero acordarme (pero aunque no quiera me acuerdo igual), y ahí era donde se destacaba por esas dos colosales, formidables, descomunales tetas. Las tenía hechas. Me acuerdo cuando me enteré, me dijeron: más vale, ¿no te das cuenta?, ¿cómo van a ser naturales ese tremendo par de tetas? Y yo: no, no me había dado cuenta, qué sé yo, podía ser. Y me miraban con cara de: qué ingenuo que sos. Ella laburaba en el call center, también, atendía llamadas igual que todos los demás, pero a veces zafaba porque el gerente de la empresa —un tremendo pedazo de hijo de remil putas— a veces la usaba como moza. Cuando tenía una reunión con algún tipo importante, la hacía llevar el café y esas cosas. Una cosa sexista, horrible. Pero era comprensible, porque Romina era un camionazo, una mujer a un par de tetas pegada. Llegaban primero sus tetas y después ella. Una maravilla. Y ahora, nada. Una desolación. Un desierto. Tierra arrasada. Se habrá cansado de sus tetas. De que ningún tipo la mirara a los ojos. Capaz que le trajeron problemas de espalda. Ojalá no haya sido ningún otro problema más importante. En fin. Quizá uno de los mayores síntomas del paso del tiempo sea darte cuenta de que las tetas de las minas que conocés ya no son lo que eran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario