martes, 1 de diciembre de 2015

Releo ahora lo que escribí ayer y me doy cuenta de que no dije casi nada de mí. Tenía que presentarme. Pero no sé muy bien cómo presentarme. Una cosa que sí cualquiera se da cuenta después de leer lo de ayer es que me gusta leer. Hablé de Santa María, de Comala y de Macondo. No fue por mandarme la parte, por supuesto. Tengo que tener cuidado, porque a veces parece que fuera por eso. Hay gente a la que sí le gusta vanagloriarse, se cree que, por leer, es más o mejor persona que los que no leen. Yo no lo creo. Para mí leer es una actividad más, como mirar películas o jugar al fútbol o coleccionar estampillas. Sí, es cierto, puede ayudar a desarrollar la creatividad, la imaginación, la empatía, otras áreas del cerebro, todo lo que quieras. Pero yo no voy por la vida creyéndome más que alguien que no leyó tal o cual libro. Anna Karenina, por ejemplo. Lo estoy leyendo ahora. Voy por la página 600 y pico. Son 1.150 en total. Da fiaca empezar libros largos, pero este se lee rápido. Un maestro, Tolstoi. Te va llevando como de la nariz, cada parte encaja perfectamente con la anterior. Tolstoi o Tolstói. Según la grafía española, como aparece en la Wikipedia y otros lugares, casi todos los apellidos rusos se acentúan diferente a como los aprendí: Tolstói, Gógol, Karénina, Karamázov, etc. En fin. Lo malo es que ya sé cómo termina la protagonista, Anna. Es muy difícil no enterarse, a veces, del final de los clásicos. Es como enterarse de que Darth Vader es el padre de Luke Skywalker. Lo de Anna Karenina yo lo sabía, alguna vez lo había leído, pero el que se encargó de recordármelo hace poco fue Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser. Este libro también me gustó mucho. Muchísimo. Me sorprendí cuando, no mucho después, se lo dije a una conocida y no podía creer que me hubiera gustado. Medio que se burló de mí. Pero lo leíste hace mucho, cuando eras chico, supuso. Y yo: no, lo leí ahora. Y se rio. Está bien que no debería confiar mucho en su criterio. Está loca. De hecho, ya que no puedo llamar a nadie por su nombre real, la llamaré la Loca de Mierda. Como el personaje de Malena Pichot. Pero esta mujer está loca de verdad. Después contaré su historia. Mi historia con ella, mejor dicho. La tendré que contar por partes, porque 500 palabras no me alcanzarán. 500 palabras no me alcanzan para nada, ahora que me doy cuenta. No me acordaba de eso, y resulta que a esta altura ya llevo casi 450. En fin, quizá no deba malgastar más espacio hablando, precisamente, del espacio. Pero ¿y ahora, qué escribo? Tengo que llegar a las 500, pero con lo que me queda no me alcanza para casi nada. Lo primero que se me ocurra.

La clave para matar moscas es agarrarlas caminando. Pareciera que nunca caminan, pero si te concentrás en matar una, la seguís hasta que se posa en alguna superficie y verás que en algún momento empieza a moverse a pequeños pasitos. Ese es el momento clave. Como los arqueros en el fútbol: cuando están caminando, el tiro es fatal.

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